La ciudad crece y se transforma en condiciones que le vienen impuestas por la historia. La de Oviedo registra, ya desde mediados del siglo XX, una neta separación en dos áreas de crecimiento: el suroeste, reservado a los estratos más pudientes, y el noreste, al que se ven relegadas las clases con menos ingresos. La enorme diferencia en contenido social de zonas como Monte Cerrao y La Corredoria es una muestra de dicha división. En la revalorización del suroeste urbano también se han encuadrado operaciones de gran envergadura como la del Palacio de Calatrava, cuya dudosa solvencia hoy comienza a reconocerse, y que ha puesto en manos privadas uno de los mejores espacios con los que contaba la ciudadanía.
El traslado del Hospital central de Asturias, no obstante, ha supuesto una importante transformación en la estructura socioespacial de la ciudad: bajo la influencia de la nueva infraestructura, los terrenos adyacentes han experimentado un considerable aumento de su valor, con la consiguiente expulsión de las clases de menores ingresos, bajo la implacable acción centrífuga de los precios de la vivienda. Oviedo desplaza así su centro de gravedad hacia una dirección tradicionalmente relegada, cuya renovación urbana se convierte en una fuente de sustanciosos beneficios para el capital inmobiliario.
Al mismo tiempo, los inmuebles del Cristo dejan liberada una gran cantidad de suelo en una ubicación privilegiada, que se verá sometida a las apetencias de la economía del ladrillo: viviendas, centros comerciales, espacios para el terciario… O quizá la mera retención especulativa de los terrenos, a la espera del alza de su precio y las expectativas de su valorización, como ya sucedió en la década de 1980. El escenario al que asistimos actualmente es paradójico: por una parte, todo el mundo reconoce las dramáticas consecuencias de la urbanización desbocada, que está en la base de los problemas financieros del presente; por otra, casi nadie cuestiona el modelo de ciudad y ordenación del territorio, que deberá transformarse radicalmente para poner el espacio urbano al servicio de población. Espacios públicos, verdes, democráticos, o más de lo mismo: en tal disyuntiva se juega hoy el derecho a la ciudad, particularmente en las pocas fincas (El Cristo, La Vega…) en las que aún hay margen para un urbanismo diferente.